Creo que si hay algo que nos caracteriza a todas las Bloggeras, sobre todo a las de belleza y cosmética, es probar y probar cosas nuevas. Sí, las novedades nos vuelven locas, o los descubrimientos, o esas cosas que se nos meten entre ceja y ceja... Por supuesto yo no soy menos. Pero es verdad que hay un tipo de productos con los que soy un poco (mucho) más reticente, que si doy con lo que me gusta no se me saca de ahí, y es con los productos capilares, sobre todo con los champús. Llevo años utilizando los sólidos de Lush, en especialComo Nuevo, que nunca falta en mi bañera, y desde entonces, salvo otros sólidos de Lush y el champú de menta de Keims, nada más ha pasado con gloria por mi cabello... hasta ahora.
Hasta ahora porque ha llegado a mi bañera un champú de Number 4 Hair que cumple casi todas mis expectativas. Pero voy a divagar un poco antes de hablaros del champú.
A mi época de aparato y gafas en el instituto hay que añadirle que no era capaz de hacerme con mi pelo. Es fino, tanto que hasta una simple horquilla se escurre. Por supuesto del volumen ni hablamos ¿qué era eso? Las planchas llegaron ya en los últimos años, lo que me permitió al menos llevarlo 'a la moda', pero antes cada pelo se iba para un lado, en especial cada punta, y no era precisamente un ondulado bonito. Para colmo no tenía ni idea de darle instrucciones a mi peluquera, hasta el punto de que en tercero me lo corté como Carrie-Anne Moss en Matrix (sí, ahora se lleva, pero hace 15 años aquello fue un locurón que trajo lágrimas y un divorcio). También la caspa hacía su aparición de vez en cuando, lo que no ayuda a recuperar la seguridad... Tras esto pasé por una época de tintes fantasía (morado, fucsia, negro total, caoba, otra vez morado...), que duró hasta los primeros años de universidad. Con ellos al menos conseguí darle un poco de personalidad a mi cabello, aunque llegó un punto en que no sabía cual era su color real.
Por suerte una de la cosas buenas que tiene crecer es que nos hacemos más sabios, y en lo que al pelo se refiere el truco ya lo he cogido. Peinados pues bueno, entre que muy hábil no soy y que con el pelo fino muchas cosas no cogen, como poco soy capaz de hacerme una trenza de raíz yo sola, un moño desenfadado, una coleta con flequillo... A las peluqueras ya les digo que lo quiero y lo consigo: capas, capas, capas para dinamizar un poco el cabello y aportarle un espejismo de volumen. Descubrí que un flequillo ladeado y despuntado es mejor que un hachazo en la cabeza, y que además la naturaleza ha sido sabia conmigo y me ha dado el color de pelo que mejor me sienta, y aunque soy consciente de que dada la forma de mi cara un corte pixie me favorecería mucho, quiero disfrutar de melenón y color bonito antes de que las cumbres comiencen a cubrirse de nieve (proceso que parece haberse iniciado ya) y el tinte no sea una opción sino una obligación.
Y después de 15 años presumo de pelo, ¡claro que presumo! Presumo de pelo hasta la vanidad porque me encanta, porque mi felicidad es directamente proporcional a lo fabuloso que tenga el cabello, porque soy capaz de salir sin maquillar y en pijama a la calle que si mi cabello está estupendo yo estoy estupenda, y que además he conseguido que esto sea así reduciendo el esfuerzo al mínimo, utilizando tan solo un champú, un acondicionador sin aclarado, un cepillo para desenredar y un secador. No sé lo que es una punta abierta porque en cuanto veo un atisbo de sequedad o de falta de forma corto sin piedad, sin pena alguna, porque el pelo crece y porque sé que es lo mejor, hasta el punto de que diversas peluqueras han alabado el estupendo estado de mi cabello. De ahí, como os podéis imaginar, que cuando doy con algo que me funciona, me niegue a cambiarlo, y que sea reticente a probar cosas nuevas. Por supuesto que todos los cabellos son diferentes, y cada uno reacciona de una manera, y aunque sé que no todas son tan afortunadas como yo, y si bien el mio me trajo de cabeza en la adolescencia ahora digo con orgullo ¡ole mi pelo! He aprendido a entenderle, a saber cuales son sus limitaciones, a darle lo que necesita y sobre todo, a sacarle partido.
Y mi secreto como sabéis han sido los champús sólidos de Lush, y lo siguen siendo. Pero, (¡claro que hay peros!) llevaba un tiempo que parecía que se estaba acostumbrando, y que si bien seguía fabuloso estaba pidiendo un cambio, así en bajito pero lo pedía. Un poco más de hidratación, un poco de soltura que parecía haber perdido... Llegó entonces uno de los champús de Number 4, el purificante, en una Birchbox; la verdad es que lo recibí con más pena que gloria porque yo no pruebo champús así como así... pero aquel día estaba inspirada y lo probé.
Me pasó algo curioso fruto de no estar ya acostumbrada a utilizar champús líquidos, y es que me pasé tres pueblos con la cantidad... O eso pensaba yo no sé, creo que cuando usaba champús líquidos utilizaba aquella cantidad... Aquello empezó a hacer espuma como nunca antes había visto, una espuma suave, de pequeñas burbujas pero muy densa. Sí, me había pasado... Las siguientes veces la cantidad que he utilizado ha sido a penas la de un garbanzo cocido, y de sobra me ha dado para una melena larga. El resultado: un cabello brillante, suelto, bonito, hidratado y fácil de peinar (eso no siempre se puede decir de los de Lush). No ha producido caspa, algo que solo había conseguido con Lush y Keims... Y si además no renuncio a una lavadita rápida con mi Como Nuevo no tengo que renunciar ni al volumen ni a que me aguante muy dignamente tres días limpito y brillante.
Tiene un aroma genial, alejado de otros aromas típicos en los champús: huele a almizcle... me encanta. Como os digo a penas es necesaria una pequeña cantidad para todo el cabello, con lo que cunde muchísimo. No engrasa, no enreda el cabello en exceso, no produce caspa, se aclara con facilidad, también la espuma se hace con mucha facilidad, y tiene unos ingredientes estupendos: tiene baya de açai, té oolong, limón, aveno y musgo irlandés. No tiene parabenos, y sobre todo y ante todo no tiene siliconas, indispensable para mí en un champú. Además es vegano, no contiene productos de origen animal. También y según el fabricante no compromete el color de los cabello teñidos.
El formato original es muy original... es un paralelepípedo tumbado (tiene la forma de un brick de leche pero apoyado en su parte más grande), y dispone de un dispensador situado en uno de los extremos del envase, no en el centro como es habitual. ¡Me encanta el diseño! El precio de este forma de 250 ml es de 23 €. No es un precio de supermercado, incluso duplica con creces el precio de los champús de Lush, pero me voy a hacer con él sin duda, merece la pena.
No es la primera vez que os hablo de Number 4 Hair, aquí os hablé de su laca sin aerosol que me encanta, y aquí de su spray sin acabado. No es una marca de fácil acceso (ahí radica una de las grandezas de Birchbox), ni es una marca de supermercado, ni de gran público, pero su calidad, su filosofía de marca y su diseño son incuestionables.
¿Conocíais la marca?
Hasta ahora porque ha llegado a mi bañera un champú de Number 4 Hair que cumple casi todas mis expectativas. Pero voy a divagar un poco antes de hablaros del champú.
A mi época de aparato y gafas en el instituto hay que añadirle que no era capaz de hacerme con mi pelo. Es fino, tanto que hasta una simple horquilla se escurre. Por supuesto del volumen ni hablamos ¿qué era eso? Las planchas llegaron ya en los últimos años, lo que me permitió al menos llevarlo 'a la moda', pero antes cada pelo se iba para un lado, en especial cada punta, y no era precisamente un ondulado bonito. Para colmo no tenía ni idea de darle instrucciones a mi peluquera, hasta el punto de que en tercero me lo corté como Carrie-Anne Moss en Matrix (sí, ahora se lleva, pero hace 15 años aquello fue un locurón que trajo lágrimas y un divorcio). También la caspa hacía su aparición de vez en cuando, lo que no ayuda a recuperar la seguridad... Tras esto pasé por una época de tintes fantasía (morado, fucsia, negro total, caoba, otra vez morado...), que duró hasta los primeros años de universidad. Con ellos al menos conseguí darle un poco de personalidad a mi cabello, aunque llegó un punto en que no sabía cual era su color real.
Por suerte una de la cosas buenas que tiene crecer es que nos hacemos más sabios, y en lo que al pelo se refiere el truco ya lo he cogido. Peinados pues bueno, entre que muy hábil no soy y que con el pelo fino muchas cosas no cogen, como poco soy capaz de hacerme una trenza de raíz yo sola, un moño desenfadado, una coleta con flequillo... A las peluqueras ya les digo que lo quiero y lo consigo: capas, capas, capas para dinamizar un poco el cabello y aportarle un espejismo de volumen. Descubrí que un flequillo ladeado y despuntado es mejor que un hachazo en la cabeza, y que además la naturaleza ha sido sabia conmigo y me ha dado el color de pelo que mejor me sienta, y aunque soy consciente de que dada la forma de mi cara un corte pixie me favorecería mucho, quiero disfrutar de melenón y color bonito antes de que las cumbres comiencen a cubrirse de nieve (proceso que parece haberse iniciado ya) y el tinte no sea una opción sino una obligación.
Y después de 15 años presumo de pelo, ¡claro que presumo! Presumo de pelo hasta la vanidad porque me encanta, porque mi felicidad es directamente proporcional a lo fabuloso que tenga el cabello, porque soy capaz de salir sin maquillar y en pijama a la calle que si mi cabello está estupendo yo estoy estupenda, y que además he conseguido que esto sea así reduciendo el esfuerzo al mínimo, utilizando tan solo un champú, un acondicionador sin aclarado, un cepillo para desenredar y un secador. No sé lo que es una punta abierta porque en cuanto veo un atisbo de sequedad o de falta de forma corto sin piedad, sin pena alguna, porque el pelo crece y porque sé que es lo mejor, hasta el punto de que diversas peluqueras han alabado el estupendo estado de mi cabello. De ahí, como os podéis imaginar, que cuando doy con algo que me funciona, me niegue a cambiarlo, y que sea reticente a probar cosas nuevas. Por supuesto que todos los cabellos son diferentes, y cada uno reacciona de una manera, y aunque sé que no todas son tan afortunadas como yo, y si bien el mio me trajo de cabeza en la adolescencia ahora digo con orgullo ¡ole mi pelo! He aprendido a entenderle, a saber cuales son sus limitaciones, a darle lo que necesita y sobre todo, a sacarle partido.
Y mi secreto como sabéis han sido los champús sólidos de Lush, y lo siguen siendo. Pero, (¡claro que hay peros!) llevaba un tiempo que parecía que se estaba acostumbrando, y que si bien seguía fabuloso estaba pidiendo un cambio, así en bajito pero lo pedía. Un poco más de hidratación, un poco de soltura que parecía haber perdido... Llegó entonces uno de los champús de Number 4, el purificante, en una Birchbox; la verdad es que lo recibí con más pena que gloria porque yo no pruebo champús así como así... pero aquel día estaba inspirada y lo probé.
Me pasó algo curioso fruto de no estar ya acostumbrada a utilizar champús líquidos, y es que me pasé tres pueblos con la cantidad... O eso pensaba yo no sé, creo que cuando usaba champús líquidos utilizaba aquella cantidad... Aquello empezó a hacer espuma como nunca antes había visto, una espuma suave, de pequeñas burbujas pero muy densa. Sí, me había pasado... Las siguientes veces la cantidad que he utilizado ha sido a penas la de un garbanzo cocido, y de sobra me ha dado para una melena larga. El resultado: un cabello brillante, suelto, bonito, hidratado y fácil de peinar (eso no siempre se puede decir de los de Lush). No ha producido caspa, algo que solo había conseguido con Lush y Keims... Y si además no renuncio a una lavadita rápida con mi Como Nuevo no tengo que renunciar ni al volumen ni a que me aguante muy dignamente tres días limpito y brillante.
Tiene un aroma genial, alejado de otros aromas típicos en los champús: huele a almizcle... me encanta. Como os digo a penas es necesaria una pequeña cantidad para todo el cabello, con lo que cunde muchísimo. No engrasa, no enreda el cabello en exceso, no produce caspa, se aclara con facilidad, también la espuma se hace con mucha facilidad, y tiene unos ingredientes estupendos: tiene baya de açai, té oolong, limón, aveno y musgo irlandés. No tiene parabenos, y sobre todo y ante todo no tiene siliconas, indispensable para mí en un champú. Además es vegano, no contiene productos de origen animal. También y según el fabricante no compromete el color de los cabello teñidos.
El formato original es muy original... es un paralelepípedo tumbado (tiene la forma de un brick de leche pero apoyado en su parte más grande), y dispone de un dispensador situado en uno de los extremos del envase, no en el centro como es habitual. ¡Me encanta el diseño! El precio de este forma de 250 ml es de 23 €. No es un precio de supermercado, incluso duplica con creces el precio de los champús de Lush, pero me voy a hacer con él sin duda, merece la pena.
No es la primera vez que os hablo de Number 4 Hair, aquí os hablé de su laca sin aerosol que me encanta, y aquí de su spray sin acabado. No es una marca de fácil acceso (ahí radica una de las grandezas de Birchbox), ni es una marca de supermercado, ni de gran público, pero su calidad, su filosofía de marca y su diseño son incuestionables.
¿Conocíais la marca?
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Este post ha sido redactado según el Código de Confianza C0C.